rrodriguez

Recuerdos de mi niñez

Los años de mi infancia evocan en mi maravillosas imágenes y exóticas experiencias vividas en un mundo infantil. Estos recuerdos despiertan en mi pecho sensaciones que, a volver a revivirlas, traen a mi espíritu alegría. Estas ardientes memorias, que nunca se agotan ni se borran de mi cerebro, como si fueron esculpidas en mi memoria, están constantemente delante de mí. Me hacen reír y no me canso de volver a recontarlas.

Barranquitas y sus entornos eran lindísimos. Recuerdo perfectamente su hermosura, los caminos recorridos que conducían a un charco de agua fría y diáfana donde nos lanzábamos a nadar. El llano polvoriento donde íbamos a volar chirringas, entre las cadenas de montañas, vestidas del verdor de una alfombra esplendorosa. Magnificas montañas, eran como el verdor del Zumbador y de multicolores. Recuerdo mirar las casas juntas en un matiz caleidoscopio de colores brillantes que aun el gran pintor Miguel Ángel se asombraría. Bajo la dulcísima melancolía del cielo opacado me dirigía a mi casita con el corazón alegra esperando con ansias el próximo día.

La singular expresión de su belleza, a la de ningún otro parecida, es para mí, un grato recuerdo de los años de mi niñez. Parecen ser la obra de un gran artífice. Para mí un ideal mundo querido donde mi niñez se forjó. Creía que pertenecía a un mundo superior donde todo era alegría. Me persuadí de que era una región encantadora donde el gran artífice la labró de un barro especial. Mi mayor dicha consintió en jugar con el carrito con las rueditas hechas de tapitas de las latas de salchichas. Le poníamos una latita con una vela para guiarlo por la noche. Recuerdo lanzar el trompo encabullado y oírlo zumbar frénicamente dentro de un círculo donde estaba un trompo esperando el golpe del mío; y no recuerdo alborozo comparable que correr las calles sin zapatos en ese divertido juego que llamaban «al tocao.»

Recuerdo subir por el mero entusiasmo el monte Torrecilla de Barranquitas para coger guayabas y chinas navel de las más dulces, para mí eran las delicias que la naturaleza ofrecía.

Se multiplicaban las inocentes y puras delicias de los juegos que jugábamos ajenos al tiempo. Podría añadir más de aquellas experiencias, pero me resigno a estas ya que el raudal de mis memorias son como los aguaceros en el Yunque.