Refulgen las dudas, encienden la noche,
se enredan tras la coraza invisible del miedo.
Golpean mi pecho, emiten sonidos
sibilinos, taciturnos, desesperadamente frenéticos.
Una extraña sensación de descontrol absoluto
aprisiona mis sentidos, me atenaza suavemente
y me desconcierta a cada paso, en todos y cada uno
de los suspiros que se precipitan desbocados hacia el vacío.
Bajo esta dubitativa tempestad me hallo,
sin refugio, ni tregua, ni certeza a la vista.
Arrecia un aguacero que ya me da cobijo,
que ya enraíza en mí, habitándome y desarmándome.
Y si no ha escampado aún, que ya no escampe jamás.
Que atruene y diluvie sin piedad alguna.
Que no encuentre el sosiego, si no es en tu vientre.
Que no halle la paz, si no es ante tu presencia.
Que no me venza el letargo sin haber bebido de tu cuerpo.
Que no haya mayor certeza que la incertidumbre
que me provoca soñar, tan despierto y tan vivo,
con el recuerdo de aquella noche que aún no ha llegado.