Raiza N. Jiménez E.

Autoestima. -

Una de esas fría noches, te esperé y no llegaste.

No conocías que te esperaban buenas nuevas.

Tampoco, lo serio de la cita y no te disculpaste.

Supongo que, por miedo a saber, no te atrevas

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Alguien, de los que nunca faltan, me habló de ti

y de qué, tus sospechas, apuntaban a un niño.

Muy lejos estás de la verdad, eso lo comprendí.

Quería decirte adiós, y que no es tuyo mi cariño.

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La cobardía no se pide prestada, sólo se aprende.

Esperé paciente, sentir la llave en la cerradura;

Estuve en vela la noche y ya parecía un duende.

Ya semejaba a una idiota que perdió la cordura.

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Vigilé la puerta y ésta, fija en su sitio, no se abrió.

Recordé que mi padre me decía: “Eres una dama”

y, al despertar, un oscuro sentir mi cuerpo invadió.

Vergüenza sentí, al verme ahí triste, aún en pijama.

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¡Hay bellos apelativos que los padre dan a sus hijas;

toca a ellas, darles su valor, sacándolos de las valijas!