Alberto Escobar

Apocalipsis

 

Apocalipsis significa etimológicamente quitar el velo, se refiere ese velo a la ilusión que para el hombre significa la realidad, y la revelación apocalíptica viene a quitar ese velo con su catastrófico suceder. 

 

 

 

 

 


De los ojos.
Se me cayó el velo,
sumido en una mentira.
Tuvieron lugar catástrofes,
caballos taconeando un tablao,
la pena alzaba los brazos
y batía los pies con pasión
y los gestos de la cara 
así lo decían, y sus lágrimas.
Jesucristo bajó de la cruz,
deslizóse rasgando la palma
y la astilla de sus clavos,
y dividió palmípede
la anatomía de sus dedos,
quedando inservible el índice 
que me señalaba, sin salvación.
Fue en ese preciso instante
cuando tú, María Magdalena,
acudiste de rodillas al pie
del suplicio y pronunciaste tus palabras.
Desde arriba, bajando la rigidez
de las cervicales te miré, la barba enrojecida. 
Mis ojos fueron testigos.
El velo se me deslizó
por entre el fracaso de un iris
ya turbio, ya receloso, transparente.
Te miré profundo, de hito en hito,
y tú no supiste alzar la mirada, lágrimas
son lo que se te desprendía del ventrículo.
Pude al fin bajar de la penitenciaría
de esta infinita cruz —incluso obviando
su escabrosa geometría— y besarte las manos,
que daban gusto a bizcocho y derrota. 
Te puse de pie por entre la negación
articular de tus rodillas y te dije sí.
Me abrazaste hasta que nuestras espaldas
se sumieron en un solo sistema y rompiste
llorando al sentir el latido de mi corazón,
ya muerto —aunque tú todavía sin saberlo.
Me trasladaste en brazos —ya escasa la carne
y la sangre por entre mi cuerpo— y me entregaste
al padre; este, quieto de solemnidad, me impuso
sus benditas manos y mis ojos fueron un unísono. 
Me levanté como Lázaro de entre la vaciedad
de tus brazos y reanudé el desierto camino
que ya durante una cuarentena dispuse. 
P.D. Como puedes comprobar querido lector,
lo mío es tratar de crear imágenes juntando magias
a través del efecto que las palabras producen
por entre el neuronaje craneal. Neurolingüística. 
El sentido de lo que diga es lo de menos, si no
que se lo pregunten a mi amiga Margarita.
Tanto la una como el otro somos hijos de Borges
—me atrevería a sincerar.