Raúl Voltavayeros

PETITORIO A LA ACADEMIA

PETITORIO A LA ACADEMIA

 

 

Uno que va diciendo palabras

aquí y allá

como si importaran gravemente al oído,

y es esta cabeza mía, te juro,

que las larga a su albedrío…

Cualquier cosa hace por desembarazarse de ellas:

las disfraza de rosas, de versos,

antes del irremediable suceso de que echen raíces

y nada pueda borrarlas. 

 

Otro que las va recogiendo

con la más floja de las energías,

haciendo el papel del que ha oído su nombre

en medio de la alegría.

 

Lo realmente asombroso es

una serie de raros hombrecillos

-atentos en verdad a las palabras-

cuya meticulosa pluma registra

lo que es aún un pensamiento

o una delicada mudanza

de la intuición al intelecto.

 

Estos señores me hacen reír.

Son muy puntillosos del decir

cuando lo dicho les es por completo ajeno

a los manuales académicos

y a las convenciones de sus convencimientos.

 

¿No es gracioso, amigos,

que le midan a uno los versos,

que le ausculten el ritmo o le pesen

el adjetivo en una romana

donde pesan también su propio estiércol?

 

Como no tengo tiempo de salir de casa,

por estar ocupado en un poema lleno de percebes

y sirenas enamoradas,

no me queda otra cosa que pedirle

a estos magísteres en opinión y gramática,

que le perdonéis la vida a mi poesía,

que no tiene la edad ni el peso todavía

para considerarla

vuestra botana.