Lucía Díaz

UN BUSCAR EN EL VACÍO.

Una represa por años contenida acaba de desbordarse,

cuando la insistente pregunta de un niño logra sobrepasarla.

 

¿Por qué?, ¿Por qué la guerra?

Ese porqué de un niño que despierta de una larga pesadilla,

para entrar en una inhumana realidad,

que le pinta un futuro incierto con tantos caminos.

Caminos en círculo, sin llegada, ni salida.

 

La pregunta, que se ahoga en lágrimas.

Es el llanto amargo de un niño, que se convierte en gritos de terror,

al ver sucumbir su mundo; la muerte lo acabó.

es un largo peregrinar de unas lágrimas sin consuelo,

cuando a gritos llaman a sus padres, sin respuesta porque han muerto.

 

¿Por qué?, ¿Por qué la guerra?

¿Por qué ese nombre tiene cara de parca?,

¿Por qué destruirse y perder el alma?,

¿Por qué me lo han arrebatado todo?

¿Por qué me han dejado tan solo?

 

Ves en esos ojos un vacío profundo;

la cólera llena tu corazón

y tu alma se repite la pregunta del niño.

 

¿Por qué?, ¿Por qué la guerra, sin justificar el motivo?

¿Por qué dejé indefensos a todos esos niños?,

¿por qué a mí paso quedaron tantos cuerpos tendidos?

 

Observas una nube flotando en aquellos ojos a plena flor de vida,

que nace de lo más profundo de unas entrañas,

 que se encuentran en carne viva,

y muestra la pregunta que no se podrá acallar, ni con la fuga del siglo, 

ni con la llegada de miles de auroras escondidas.

 

Cuencas vacías de cariño,

son la representación de fantasmas llevando grandes avisos:

-Se solicitan albergues de sentimientos para saltar el abismo de un niño-.

Aunque la diosa aurora, cargue llena de esperanza su carruaje,

la tristeza, el dolor del abandono y la esperanza que algún día termine todo,

es el único pasaporte para tantos niños solos.

 

Sentías una fortaleza con un cargo en tus hombros,

una insignia que acredita tu vida, a cambio de la sombra de otros.

 

Pensabas que con cada muerte ganabas una victoria,

pero no sabías que, con cada vida arrebatada,

destruías un mundo, de un nuevo mundo que queda solo. 

 

Se te derrumba ahora con un simple mirar,

esa irónica gallardía,

ya no soportas el peso de tus insignias,

ya no puedes volver atrás aquellos días.

 

Tus ojos, aunque lloran amargo llanto,

jamás aliviaran de tu alma el llanto amargo,

nunca podrás comparar tus lágrimas,

 aunque sean más en abundancia,

con el llanto de toda una vida,

 que crece a cada paso del alba,

y el recuerdo del dolor,

 grabado en sus almas.

 

Tu memoria retrocede ahora,

empujando al arrepentimiento tu conciencia,

y ahora, tarde ya,

te das cuenta que no habías nacido para la guerra,

pero piensa, que muchos como tú,

arrepentidos están de la tragedia,

sin haber intentado antes,

 cuando se podía,

detenerla. 

 

Esos niños como tú antes,

serán hombres como tú ahora;

lucha por lo que vives,

 si no quieres que se repita la historia,

ábreles tú corazón, pregonando el amor por la vida

y no permitas que ellos quieran tú falsa gloria.

 

Dedicado a un hombre de batallas muertas.