Alberto Escobar

Es placentero...

 

Viene a decir Caballero Bonald en uno de sus pasajes literarios
que el mundo, cual fractal efervescente, se cifra en cada una 
de las raíces que nos prende de la tierra a la que pertenecemos.
Que no es necesario viajar —aun siendo enriquecedor—,
porque su conocimiento vive radical. 

 

 

 

 

 

 

 

 

Estoy dejándome sentir, en este momento.
Acabo de venir de ver un piso, cerca, para mudarme.
Tengo que cambiar de nido porque el piso —que fue
mi hogar durante media vida— ha sido vendido
y debe ser desalojado lo antes posible.
Se me remueven las raíces; es verdad que el trasplante
será rápido y la tierra que va a recibirme comparte
lugares y recuerdos, comparte abono y nutrientes,
y que por esa razón el éxito está asegurado. 
Pero... Hay sentimientos de por medio.
No creo —poniéndome en la corteza de un árbol—
que por muy bonancible que sea la mudanza
no haga algún daño, no duela aunque sea ese dolor
del pinchazo para extraer sangre que de pequeños
tanto repudiábamos, y que solo cerrando los ojos 
y contando hasta tres se diluía en el olvido. 
Es verdad que no soy de añorar, que a la velocidad
del instante me sitúo en el presente y hago
tabula rasa —aunque ahora, el pensarlo, ahora que
todavía vivo aquí, me produzca cierta sensación
de desamparo, o de vacío...
Me siento, ahora mismo que escribo, sumido 
en ese placer soterráneo que proporciona
la melancolía, que es parecido al que precede
la inminencia del sueño en una calurosa tarde
de verano después de un opíparo almuerzo,
cuando todas las alarmas claudican —es placentero, sí. 
Ya os iré contando, si veo que os interesa.