Alberto Escobar

Li Po.

 

Tres: La luna, tu y yo.
—dejemos las sombras—

 

 

 

 

 

 


Li Po y sus sentencias...
Solitario, meditabundo caminaba,
con un ojo en sus pensamientos,
con el otro en la luna
—según aseguraba, era capaz
de ver los cráteres si la noche era clara—.
Li Po salía con la primera caída de la luz,
cuando el crepúsculo entresacaba su rostro,
cuando el fotón claudicaba hasta la noche,
caminaba, sí, durante horas, buscando,
buscando dentro de sí los orificios,
los recovecos que a la intensa luz
del día dormían ocultos a sus ojos. 
Li Po se hacía acompañar de un vademécum
que aunque no viera por la falta de luz
podía imaginar, barruntar en la tiniebla
si exprimía lo suficiente su vista. 
Recitaba en voz alta, para que Dios lo escuchase,
sentía como suya —por algo eran sus composiciones—
cada palabra, cada sílaba, cada morfema, cada acento,
cada tilde, inflexión, desinencia, todo suyo...
De esta mágica manera se perdía en el bosque,
las alimañas y demás peligros se postraban
a escuchar embelesados, y caían rendidos, tenues,
dulcificados de su rabia, de su rugor natural. 
Li Po seguía con la mirada fija en las hojas,
pero sin ver, solo adivinaba...
Al son cairológico de sus poemas la floresta
rendía pleitesía, plegaba sus rígidas copas
hasta cumplir saludos de respeto y admiración
—de hecho, se pudo comprobar que la producción
de anhídrido carbónico propia de las horas sin luz
se trocó en oxígeno para servicio del poeta.
Tal era el fenómeno que todas las verduras, 
cualquiera fuese su tamaño, acabaron aprendidas
de sus letras, que recitaban en silencio, para no 
eclipsar el sonido primigenio que partía de la boca 
del poeta y que, por tal razón, debía ser venerado. 
Li Po cruzó inconsciente el bosque 
hasta llegar a poblado, donde una jauría de niños
—el calificativo obedece a la algarabía levantada
cual si fueran chacales en celo— lo rodeó ardiente,
lo sentó en el suelo y exigió una ración de cuentos.
Li Po contó esos cuentos, pero esta vez fue él
que se postró dormido sobre el frescor reciente
de la hierba, ya harta de rocío y verdades.