En casa dejo la máscara
que le oculto al mundo:
colgada en el ropero,
o debajo de la cama,
donde no la encuentre
ni siquiera un ciego.
Ahí se queda,
y ya no soy entero.
Uso el mismo rostro
diariamente,
pero una máscara distinta.
Hay que tener el espíritu fuerte,
para que todo te afecte
y nada te altere.
Una mente estable,
y una lengua resistente
para escucharse todo el día.
Cuando llego a casa,
cansado de tanto actuar,
me siento orgulloso en el sofá.
Visto la máscara verdadera:
por fin, soy yo mismo,
sin que nadie me vea.
—Felicio Flores.