Willie Moreno

Retazo XXXI

 

Aguijón y ponzoña
sus labios y sus manos.
¿Y su vientre? ¡La gloria!


Despejé la ecuación
al restar los prejuicios
que no suman pasión.

 

Tropecé con su voz:
melodía seráfica
ante el altar de Dios.


Trocó mi plata en oro
y los sueños se hicieron
para mi vida abono.

 

Construyó unas murallas
inspiradas en Troya
guardando mi Valhalla.


Desea liberar
mis demonios internos
sin que ellos me hagan mal.

 

Dice que el mar es dulce
y que todos los ríos
nacen del mismo cauce.

 

En su avión de papel
ella bajó del cielo
buscando mi querer.


Las cuerdas del destino
no pudieron atarla
y hoy está aquí conmigo.


Sobrevoló mis mares
y al decir tierra a vista
erigió sus altares.


Sintió perdido el tiempo
sin la llama genuina
que alumbra el firmamento.


Llegando ella a la meta
optó por devolverse
y amar a su poeta.


Libre de los chantajes
ofreció el corazón:
un gran sol que se expande.


Vio mi casa vacía
y la adornó con besos
y ardiente poesía.


Me escondí en su regazo
viendo los arreboles
a lomos de un pegaso.


Fui luz en su ventana
colándose a destiempo
por su fina persiana.

 

La fragua de la vida
forjó su alma dorada
con luces cristalinas.

 

Mi poni de madera
cambié por los encantos
que ofrecen sus caderas.

 

Atisbé varios ángeles
diciendo¡amor, amor!
y derramando mieles.

 

Se llevó mi pesadumbre
y se bebió las primicias
ofrendando sus caricias
instalándose en mi cumbre.
Poseo una certidumbre
palpable como su piel;
el resto es verso y papel
sólo tinta derramada
tan distante de mi amada
y de su abundante miel.

 

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