Colmado de sueños y versos,
yo no temo a la muerte
aunque el helor de la madrugada
entre paredes me aceche...
yo no temo a sus manos
que de negrura envuelven..
No me da miedo el verdugo
que jamás desvanece
o el yerto escalofrío
del que ya no siente ni parece.
Ya no, mi paz es eterna.
Eterna es mi fuente,
ya no hay sayones
que osados me enfrenten
ni canícula ardiente
que perversa la seque.
No hay tinieblas en la tierra
que atisben mi presente
ni miedos surgidos
que vengan a verme.
La tristeza está parca,
en mi alma se posa inerte,
vaciadas las nubes grises
y amainado el frío de poniente.
Si quiere, que venga a mi
el sueño eterno
con su dalla afilada
y su atuendo negro.
Se vuelva el sol
como el mismísimo hielo,
o mis carnes sean comida
para el pájaro carroñero.
Ya no. Podría el fin
arropar mi cuerpo
y mis párpados caer
como la lluvia cae del cielo.
Ya no hay duelo
ni ansias por tormento..
Mis manos la han acariciado
cual valle de amapolas,
y en su boca de néctar
también yo puse mi boca.
Su amor amanece
como amanecen las auroras
y su perfume me embriaga
como licor de las diosas.
Sus ojos azules
que son perlas preciosas
me han mirado con la ternura
de un alma que ora.
La he amado libre,
la he soñado a solas,
su corazón latía en mi pecho
como braman en el mar las olas,
ya puedo sereno partir...
y que Dios allí me acoja,
¡ya he conocido el paraíso!
da igual cuando llegue mi hora...