Me acuerdo ahora...
Sintiendo este frío sobre la piel
me viene al sentimiento
esa quietud de agosto, esas tardes
largas en las que el sol reina
en solitario, sin oposición ni barajas,
sin que el segundero pase ni un instante,
donde la historia se detiene
y los anales cierran sus varandales.
Recuerdo ahora agosto, vacación,
rosa marchita, sol de justicia,
árboles que de su copa
desprenden savia refrescante
para amparo del caminante.
Recuerdo esas noches, luna,
donde el blanco punto
que se yergue sobre el negro reinante
ofrece todo su blancor, todas sus cartas,
todas sus nostalgias que no vieron lápiz
ni tinta, todos esos amores escritos
sobre el carboncillo lejano de su faz,
corazones dibujados sobre la fugacidad
del regolito, sentimientos no visibles
desde la lejanía impertérrita de mis ojos.
Desde el solaz que esta sombra
me concede observo, lento
cual el ritmo cómo sube la sustancia
que da vida a la hoja, una hoja
que marchita se acuesta, se despide...
Recuerdo —y se me viene en todo
su esplendor— cómo te conocí, una tarde.
Las estrellas competían por alumbrarte
la cara y darme pábulo a la magia.
Era en una terraza de tantas, de esas
que sueltan músicas para errantes
con copa en mano y pedidores de árnica.
Tu sonrisa, mezclada en cóctel con la calma
de las aguas del río, me sirvieron de ejemplo
de que la ley newtoniana no solo se cumple
allá, en el séptimo cielo, sino en el primero
también y con creces; me acerqué...
En otra entrega seguiré contando
—si me apetece.