Alberto Escobar

Adamantea

 

Amaltea —o Adamantea— fue, dicen una cabra, que salvó
a Zeus de la muerte en una cueva —donde se escondía
de la ira de su padre. 

 

 

 

 


Así fuiste para mí...

 

 

 

 


Vagando por los campos —así estuve
hasta que te encontré.
Era una noche de luna —la recuerdo—
quieta
redonda de plena redondez
sin cráteres, alba como Galatea
Me miraba, me mirabas
Una fiesta
Confetis, fin de año
Tú rubia, con un azul en los ojos
Yo como soy y sigo siendo, nada...
Vagando de flor en flor
sin decidirme
Tú te acercaste, ¿un cigarro?
No, mejor un guisqui
Amigas de refuerzo
Yo solo, era suficiente
Sorpresa en la mirada, un horizonte se abre.
Bailes tras bailes
Sevillanas, cachondeo, bromas
Una cosa llevó a la otra
Nos dejamos llevar hasta el tálamo
Dos niños preciosos, tú sigues preciosa...
Quedó lejos el recuerdo
pero la carne sigue titilando igual,
sigue latiendo cada capilar sanguíneo
siguen erizadas las actitudes y las ganas
Yo contigo, tú conmigo, somos cuatro
Felices los cuatro y el universo lo sabe. 
Me acogiste en la cálida piedra de tus brazos
abiertos, cual una Amaltea escondida
de la ira de Cronos, de un tiempo que se despide.
El abierto de tus brazos y de tus piernas
fueron consuelo, fueron cuidado de mí,
fue cual seno materno que se esparce en leche
sedosa y cálida, cuyo ácido se queda en costra
tras la última toma, testigo que certifica eterno
el sabor delicioso de tu esencia, de tu amparo.
Así eres, así sigues
Yo cordero, que salió de un útero 
y pide volver al tuyo y quedarse en él.