Caramelo de Ricina

Puna

La noche llegaba tarde
con la cintura cercada,
mientras tus ojos adelantaban la luna
y el vino avivaba un suspiro.
Machaqué el rencor en tu ombligo; 
me mudé, 
raíz por raíz, 
a tu suelo,
y dejé que el primer albor 
de tu piel ardida
me achine la mirada 
hasta aproximarte los bordes, 
abarcarte los soles, 
encauzarte los médanos. 

Hablé
de lenguas achicaladas, 
ceremonias holladas, 
terrazas como peinetas 
incrustadas en los cerros y 
las huellas de una muerte sin cuerpo; 

pero no hablé de vos 
enfrentando al imperio,
sacudiéndote el rescoldo, 
invitando a la invasión 
con venas fulgurantes, 
con la complicidad del tiempo.

Quizá lo haga
mientras duerma el poema, 
embebido en añapa, 
rebosado en el verano, 
goteando sobre tu apoteósica retórica,
férvido vaticinio, 
dolor consabido.