Alberto Escobar

Galaroza

 

La manzana es símbolo del amor
y la coquetería femeninos.

 


 

 

 

 

 

Dafne, antes de esconderse, 
se hace ver por el pastor y tira la manzana al suelo. 
—consulten las Bucólicas de Virgilio.

 

 

 

 

 

 

 

Galaroza, el pueblo de los peros. 
El pero es lo que comúnmente llamáis manzana.
Es una forma habitual en mi tierra de llamarla, y por ese motivo, al pensar en manzana 
se me vino el pueblo de Galaroza, en la sierra de Huelva. 
No sé si en anteriores ediciones os he hablado de mis raíces serranas. Yo fui el bastardo por así decirlo en cuanto a mi lugar de nacimiento porque toda mi familia nació en Huelva, unos en Nerva, otra en la capital por exigencias del parto, y otros, más ancestrales, en otros pueblos de la comarca más pequeños, como mi abuelo Lázaro en Riotinto —que por cierto cumplió su centénsimo decimo octavo cumpleaños el pasado tres de diciembre. 

Dafne, huida de Apolo.
Dafne, querida, perseguida
hasta las trancas del amor.
Dafne, deseada, ninfa, hoja
de un árbol siempre verde.
Dafne, desesperada, implora,
y su padre, el gran río, acerca
a su soto su carne blanca y mojada. 
¡Apolo está próximo! —grita posesa,
padre, escóndeme de esta barbarie!
El padre, ahogado bajo un baño
de lágrimas le acaricia, le recorre
la tersura lisa de su piel 
hasta que el lignito se hace dueño
de la seda antigua que la cubría.
Así la convirtió en Laurel
y desde entonces duerme salva,
sana y lozana bajo el auspicio
y el rumor de su padre, progenitor
y movedor de las aguas benefactoras
de un río que tiembla, que recibe
el atronador llanto de un Apolo
en desconsuelo, que busca a Dafne,
que la quiere con locura, hasta las trancas,
y que no halla, ni sospecha que en árbol
siempreverde descansará in aeternum
su belleza, esa belleza que le llevó 
al barranco de la locura, su sol se apaga...

Esto fue lo que se me ocurrió a la sombra de un manzano, en un patio de este querido pueblo, oliendo a gloria y mordisqueando de vez en cuando de esa amorosa fruta; una forma como otra cualquiera de imbuirme de un amor que pugne por destapar, si puede, el tarro de las esencias.

Os dejo, que viene ya por ahí el postre oliendo...