Alberto Escobar

Así fue.

 

Ella fue un apéndice genésico que con el erosivo paso de los años
se convirtió en tumor maligno, del que tuve que zafarme 
para seguir viviendo, siendo yo mismo. 
Nuestros mundos eran planos paralelos
que ni en el infinito esperaban tocarse. 

 

 

 

 

 

 

 


Así fue, o así lo entendí cuando pasó el tiempo suficiente para ver con perspectiva, sin ardores, sin posibles rencores cuando no soy rencoroso, sin esa sustancia resbaladiza que recubre al feto para que su salida a la luz sea menos oscura. 
Así fue como lo rumié, en la calidez de una soledad que se me antojaba agua para la vida. 
Fueron buenos años, no sé si los mejores cuando mi experiencia de la vida, o al menos el concepto que se ha ido sedimentando con el paso de los acontecimientos, es positiva, bonancible a pesar de los amores que se han ido cayendo por el camino, y no solo los que tocan al sexo sino los otros también —dicho sea que los amores que han rozado la fibra han brillado casi por su ausencia—.
El caso es que —volviendo al tema— Ana ha sido aquella mujer en la que pensaba cuando pensaba en quién sería la mujer que serviría de receptáculo al amor que se me aprisionaba dentro, quién la que se me abriría a expresar todo lo que de sensibilidad y fragilidad llevaba y llevo dentro, quién la madre de mis hijos, quién...Y diría y digo que muy agradecido a la vida por ponérmela en el camino aquel día bendito de Miércoles Santo. 
Así fue, y así digo y afirmo que todo lo que la vida ofrece lo escatima en algún momento, porque nada de natural puede ser eterno porque el ser que somos no lo es y porque el quid de la cuestión existencial está en esa premura, en esa precariedad de los bienes que se nos aparece como por arte de magia a veces, sin alcanzar en la mayoría de los casos a apreciarse siquiera la centésima parte de lo que significan, de su verdadera grandeza; la ignorancia nos circunda y no nos abandona por millares que sean los libros que hojeemos...
Así fue, y así mi grito de satisfacción por lo vivido con ella y por lo que ahora estoy viviendo, de entero sumido en esta deliciosa segunda juventud que diría excede a la primera en su almendra, en el deseo de vivir —quizá sea porque soy ahora más consciente de la finitud que antes y por lo tanto más valorador de lo que supone estar vivo. 
P.D.
Mi agradecimiento también a ella por ser tan buena madre para mis hijos y permitirme el beneficio inconmensurable de la tranquilidad.