Alberto Escobar

Sangre, tierra

 

Cuando canto a gusto
la boca me sabe a sangre. 

—Tía Anita la Piriñaca—.

 

 

 

 

 

 

 


Sangre.
Eso es lo que me corre por las venas.
Sangre, rojo de hiel y yerbabuena.
Sangre.
Eso es lo que cae cual torrentera.
Sangre, blanco que sobre blanco verdea.
Sangre, eso es lo que se espera...
Sangre. 
Eso que sobre rojo torrente riega
la entraña, cual canto vuela y aletea
y da hálito y viento a mis sementeras.
Sangre. 
Eso que corriente arriba abajo cesa.
Sangre, eso es lo que en tu mirada reina.
Sangre. 
Eso es. Quiero clavar mis pupilas 
y contarte sobre tus ojos cada pestaña,
sangre. 
Sangre, eso que me das y no pides
que devuelva, sangre, que me pesa
cual arrobas en mi alma y me embelesa
el cante, el cantor y la melodía que te atraviesa. 
Sangre, mas no sangre cualquiera.
Sangre. 
Sí sangre, de esa que se te encierra temprana
tras los resquicios de tu puerta y atraviesa
y saja el corazón, el hígado y el páncreas
hasta que sale y se vuelca, y dice adiós
desde una ventana que cual postigo tranquea
y que al abrirla el sol abre su albura y besa
la mañana y con ella nacimiento y renueva
la magia, la esencia, el temperamento partío
que la voz calienta y que el quejío recibe
cual miel de abejas, y despeja la incógnita
del silencio, del vino y el arte que la raíz encierra. 
Sangre. 
No, no esa sangre, no esa que se derrama 
y la vena deja, no. Quiero tu sangre, sangre
que circula, vuela presa y da vueltas, sangre
que vuelve a la aurícula y al ventrículo regresa,
esa que no sale, que no se seca cual escarcha
vieja, esa que vive, que de plasma acecha,
esa que con el cante se hace emplasto, vasija
y lentejuela, esa. 
Sangre. Vuelve, vuélveme y de gallina carne
vello tiesa, raíz, gentío, flamenco, morisco,
suelo, planta, choza, fuego de leña, mesa,
comida cualquiera que se comparte, guitarra,
amigos y baile, juerga, voz que se rompe,
que se quiebra cual junco de ribera. 
Sangre. Eso, esa.