Syol *

HAMBRE

 

 

Cruces y tapias roídas,
coronan el campo santo,
el polvo cubre los cardos,
la grieta quiebra la cima,
la media noche de insectos,
llega en reptil estampida,
vagan heraldos sin vida,
esquiva ronda de espectros.
 
 
La fija luna de plomo,
descorre el suelo cenizo,
muros de pálido viso, 
flotan sonámbulo asomo,
crugen los ralos yerbajos,
bajo sus plantas de archilla,
sopla una helada  cuchilla, 
en vano afán de apagarlos.
 
 
Ha roto el cielo de mármol,
dictando el húmedo claustro,
y al pecho el eco de un llanto,
de ahogada flor en las manos,
solo sarcófagos yertos,
aguardan bajo los velos,
solo girones de suelo,
bajo los rancios maderos.
 
 
Y bajo el chorro de plata,
al Hades marchan los muertos,
como naufragio resuelto,
en desmembrada cruzada,
el remolino de voces,
silva creciente conjuro,
y desde el pórtico oscuro,
arden pupilas feroces.
 
 
La ocre mueca retoma,
allá colmillos de siglos,
el viento es torso estallido,
que a rala túnica  aflora,
truena la vértebra espalda,
pariendo vástagos negros,
la luna esgrime un  pañuelo,
sobre la sombra hasta ahogarla.
 
 
Un séquito de cipreses,
bate sus fúnebres dagas, 
mientras dos alas apagan,
sobre el tejado que duerme,
de escarcha emerge la mano,
al candelabro de acero,
y el rostro en oros cubierto,
rodó el cristal encumbrado.
 
 
Por muros ruge la sombra,
de cóncavos ojos de fuego,
y a la ventana de hielo,
a contraluz se recorta,
el  mueca de cera,
de golpe abrieron los vidrios,
y a helado adagio de grillos,
quemaba el vaho de la fiera.
 
 
Como la roca al vacío,
del ventanal escarpado,
saltó aquel ser desquiciado,
amortajado en el  frío,
era macabra la huída,
y eran puñales certeros,
garras privándole al suelo,
morder el cuerpo en caída.