Alberto Escobar

Siempre azul

 

Lo que miras a lo lejos 
es siempre azul. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Poco a poco.
De una vez para otra
voy adentro de eso de perderse,
de eso de olvidarse hasta del nombre,
del nombre de las cosas de las que te dijeron
su nombre sin saber si lo eran o no.
Voy aprendiendo a no llamar a cada cosa
con el nombre que no le pertenece,
voy creando sobre la marcha una semántica, 
un nuevo diccionario de usos y costumbres,
un nuevo tratado de cómo no repetirse,
de como no trillar lo ya por siglos trillado. 
Ah! voy a sentarme aquí, en por sobre este tocón
que se me ofrece como el pecio de un barco
que ya no vara en la playa, ni en el recuerdo.
Me siento y saco el cuaderno inmaculado
de pintar, saco el lápiz azul, mi preferido
y me pierdo en lo que pudo ser y no fue.
Voy aprendiendo, voy gestando sin darme cuenta
un nuevo arte de perderse; miro al cielo, el azul
de detrás de esa nube es lo que busco para con fuerza
agarrarlo y traerlo y espantarlo contra este folio
blanco que se me ofrece en el camino, pinto ese árbol.
Pinto ese árbol y ese otro, el otro, el otro, y 
después el cielo, ese que me espera azul, y
después otra nube, y otra, y otra, y me levanto,
me aparto como hacía Leonardo y contemplo,
contemplo una vez, y otra, y otra, y lo arrugo,
no me gusta, lo tiro no al suelo, espero una papelera
por aquello del medio ambiente y todo eso...
Me acerco al árbol y le pido perdón, lo acaricio
y él a mí, le hablo bajito y él a mí, le beso despacito
y él... lo dejo todo y me marcho, dejo los lápices 
en el suelo para después, para cuando la inspiración
me mande un guasa y me diga que ya está vestida
para recibirme —me marcho a mi casa, te dejo.