Raiza N. Jiménez E.

Entre Diosas.-

En la oscura noche, mil sufrimientos me acosaban.

Nada lograba calmar mi agonía, estaba aún, presa.

                               Sí, presa de sus besos que a morir me sentenciaban.

Y en el oscuro cielo, la bella Venus, lucía traviesa.

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Sentada en negro ébano, como blanco y divino jazmín,

ya esa alma ardiente y feliz, una reina oriental parecía.

Urgida de su amante, ella lo aguardaba en su jardín.

Llevada en hombros, la pasión que su cuerpo recorría.

Se sentía triunfante y luminosa, sobre aquel palanquín.

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«¡Oh Reina Madre! –Dijo-, mi alma quiere dejar su crisálida

y volar hasta él, para adorarte y sus labios de fuego besar;

flotar en el nimbo de su alma, en las noches de luz cálida

y en siderales éxtasis, no dejarte un momento de amar.»

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El aire de la noche, refrescaba con atmósfera de mar

y Venus, desde el abismo, le miraba con triste mirar.