Alberto Escobar

La busco, la encuentro...

 

La vida es como la luna, 
hace un largo camino en la sombra 
para aparecer luminosa en el cielo. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


La busco por las calles.
La bebo tras cada esquina, 
la deseo en cada torcer
de mi mirada, en cada paso.
La tiento con el solo tacto
de una supuesta caricia,
una noticia que se queda
en ciernes, un camino
sin retorno ni ida, ni venida,
ni estación de servicio
donde repostar el combustible,
una célula que palpita, una cédula
que certifica un préstamo, un bálsamo.
Cada sentir, cada guiño, cada segundo 
que roba un nuevo elixir de una primavera
nueva, cada cese, cada remanso,
cada renacimiento que renace 
de sus cenizas cenicientas, cada verso,
cada reverso de cada calle estrecha
de un Barrio de Santa Cruz inmenso. 
La busco tras los cimientos, tras el hogar
que de lava funde mis adentros,
tras cada perol que cuelga
de los metálicos ganchos
de mi existencia, tras cada sentencia
que expresa un tenedor, un plato
que como, tras una olla, tras el manjar
en el que unos dioses de palo
me ofrecen prosternados sus deferencias,
su elixir de alegría con el que Prometeo
empecinado mantiene encendido el fuego.
Una voluntad, una actitud inquebrantable,
un impulso que cual vendaval resiste
las ganas de seguir, de seguir encontrando,
que cual abrigo me reviste ante el frío,
que cual casulla de fraile me edifica
y me ilustra la busca de un destino inédito.
La quiero, la camino mirando arriba,
miro  las cornisas de los edificios que altos
se inclinan a mi paso, y no se derrumban
sino todo lo contrario, me rinden pleitesía.
La duermo porque dormir bien es mano
de santo, la abrazo, la adentro tras el resquicio
que la piel deja,  la hallo por las avenidas. 
La escucho, la unto de cemento que pisa
fuerte la baldosa de mis pasos, la lamento
y mojo la despedida, la blanca ausencia,
la experiencia que de intensa cesa, 
una sonrisa que ilustra, serena, asienta
el momento álgido de una dicha. 
La encuentro, la busco bajo tras la piedra...