Saludé moviendo las cortinas,
al reír de los grillos
y al lloriqueo sordo del viento
tras la ventana.
Agucé el oído,
buscando la voz que a lo lejos
estremecía la calle
en su imploración de venta,
y los aullidos del perro
que también aguardaban
mi misericordia.
Me interné en las voces del pensamiento
en ese llamado gélido,
como un llanto ahogado
que me invadía sin permiso.
A ellos me anclé.
Sostenía entre las manos
la mágica flor de la ilusión,
la desfloraba,
y en mis ojos
el color de la tristeza avanzaba
cubriéndome la mirada del mañana.
Callada, derramaba mis perfumes
al deambular sin reposo
por la habitación que me exiliaba.
Una cascada de lágrimas
amenazaba el pensamiento,
mientras el miedo
iba recorriéndome dentro
sin casetas, sin muros, sin puertas
por mis estrechos.
El recinto de veneno
iba haciéndose un pozo de desesperanza
a cada vuelta del segundero.
Los recuerdos
llenos de ansiedad
tejían los lienzos del tiempo,
y con ellos,
comencé a cubrirme del frío
que me embriagaba
hasta la punta de los cabellos.
La luna, redonda y blanca
desaparecía de a poco...
Y tú, no retornaste
al suave y despiadado
calor de mis ansias,
desde aquella vez,
quedo mutilada mi aurora