Alberto Escobar

Batilo

 

Hos ego versiculos feci,
tulit alter honores. 

 

 

 

 

 


Sic vos non vobis...

 

 

 

 

 


Hubo necesidad de ganarse el favor del emperador.
Celos, quizás envidia, quizás entrar en ese círculo
era condición sine qua non, sangre al cuerpo. 
Formar parte de ese parnaso garantizaba sustento,
era olvidarse de lo perentorio, de en lo que consiste
la vida diaria, el pan, el techo, una manta, una cama;
era no trabajar para comer, era dedicarse por entero
al delicioso mundo de las letras, del arte, era todo.
Comerse la nata y oler la flor constante del triunfo,
era solazarse sobre triclinios de oropel con el racimo
colgando sobre los labios, era reír de vino, la carne
de caza de los mejores prados y brezales de Italia,
codearse con los bardos más sublimes de la Historia,
el calor y la confianza de un César, el oro y la plata
de un Mecenas rebosante, carismático, estruendoso
en sus quehaceres y costumbres, era posteridad,
gloria, inmortalidad eterna, era eso que los dioses
anhelan y les caracteriza, era el culmen que Sísifo
sueña —que su roca no bajase más, siempre quieta
sobre la estrechez de la cumbre. 
Lástima que toda fechoría acaba recibiendo
los rayos de la verdad, quedando a una intemperie
árida y yerta, erosionando de inmediato toda ilusión,
todo sueño — El gran Virgilio, enterado de la insidia
siguió los dos versos que presentó a Augusto con otros
tantos que no supo seguir. Torpe de él de no hacer
memoria de todos ellos; el talento le faltó en esa
ocasión como en los momentos de recogimiento
previos al acto artístico...