Raiza N. Jiménez E.

Adiós y Sombras. -

Sin tu amor, la vida es una rémora de vida

 y de existencia que muere a cada rato.

¡Te pienso, respiro y me sonrío!

Mi corazón es juguetón y también sordo

y, del amor tenaz  y eterno aprendiz,

por ello, ante ti, salta de contentura.

Llega a creer, el iluso, que tu recuerdo eres tú.

-*-

Pero, cuando vuelve a percatarse de tu ida,

de tu ausencia y de la sombra se hace añicos.

Va dejando en el presente, un rictus espectral;

muy parecido, al fantasma de la muerte.

En nada igual, al ser que me dijo: Te quiero.

-*-

No deseo pensar en todo lo que he sufrido.

Pero sí, echo a rodar mis lágrimas, al viento.

Es que no deseo retornan a la amarga pena.

Callada sufro, por el dolor que me he causado.

-*-

Dime tú: ¿Qué hago para olvidarte?

-*-

Ultrajaste mi vida y me has dejándo sola,

envenenada con la expiación sobre mí.

Tú, hombre de hierro, ¿Es qué alguna vez

te has mirado en el espejo de las deudas?

Tus deudas están hechas de fallos: mortales.

-*-

¡Has dejado en tu andar murmullos de horror!

Y cómo un “Gran Señor”, sigues bien plantado

en el fandango y libando la falsedad de la vida.

Pero, “Mí Señor”, todo lo devela el tiempo.

-*-

El desplome inevitable de dones envejecidos;

 los disfraces, que han caído ante mis ojos,

vienen a revelar, al Ser inhumano, que eres.

¡Una rémora de lo que has pretendido ser!

-*-

¡Señor, hace rato que estás desnudo y

de rodillas ante el Dios que todo lo ve!

-*-

Eres y has sido artífice del incisivo y prolongado

dolor que hoy habita en mis entrañas y en mi ser.

Hoy soy la Eva y la amante que te ha adorado.

-*-

Es cierto, que por ti, he llorado a cántaros.

Como la niña triste que extraña su juguete,

el preferido, el amado, el juguete más caro.

Ese que suplía, ante todos, el cariño paterno…

-*-

Cierto, tu partida fue desoladora e irreparable,

Lloran aún mis ojos frente a los tristes recuerdos

y aún más, por tu cobarde e inesperada huida.

Creo que a Dios le ha inquietado mi pena

y, frente a mis llantos y tristes lamentos;

me ha dado de castigo, un adiós bendecido.

-*-

¡En mi adiós, sólo hay lágrimas y sombras,

y, sé que, a Dios, este adiós no le asombra!