Alberto Escobar

Lipogramas y heterogramas

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El título autoimpuesto de este escrito me pide que las palabras no contengan
letras repetidas —en el caso del segundo palabro— o que falte alguna de las letras del diccionario —en el primero—. Reconozco tarea difícil esta que me trazo pero todo sea por jugar complicándose la existencia literaria. 
No esperen talento alguno en esta entrega. Mis límites son los que son al ser humano, o quizás mayores —si me dejo vencer por mi falsa modestia al modo de Borges. 
Vamos allá!!
Esta anotación me vino de George Perec, escritor ya fallecido, francés y patafísico, amante de lo extraño, de explorar en terrenos desconocidos, de asomarse a la ventana en el colmo de la vagancia para tomar tema literario del quehacer ambiente, de cómo la inteligencia natural que gobierna el mundo se cierne sobre un entorno de aceras, hormigón, árboles ornamentales, coches aparcados, prisa y ceguera consiguiente, gritos escolares de alegría por un recreo que nunca llega, el taxi que se retrasa, el bus que cambia de parada de estrangis... —recomiendo encarecido la inmersión en cualquiera de sus opúsculos. 
El primer término —de cuyo nombre prefiero ahora no tomar nota en negro— me lleva por aquello de la analogía neuronal a aquellas palabras que de tan dichas han acumulado en sus bajos adiposos todo un sedimento lechoso, ultramarino, salchichístico que las hace repugnantes al oído —seguramente exagero, dirán algunos—. Se me viene la palabra Felicidad —la escribo con mayúsculas porque es así como se exhibe en los medios de dominación— cuando es —poniéndome en modo zen— una palabra vacía, hueca como un huevo sin alma, insustancial cual ensaladas de McDonalds mas ensalzada en la cúspide de un frontispicio que representa, no la llegada a la meta que anuncia sino al edén opuesto, un edén de cartompiedra, de joyel y oropel y de mucho consumismo detrás arrojado a la cara de una sociedad como mal necesario para soportar un escenario que no vislumbra alternativa posible —¿será porque los sustentadores se frontan las manos y no tienen por tanto la necesidad de cambiar?
Os propongo cambiar este maldito vocablo por otro más real y acertado —a mi falso humilde entender— que es el de CALMA, SERENIDAD. 
Estoy plenamente sumergido —tanto como la Isla de la Palma, que estará encantada porque crece en su geografía pero triste por la errancia de sus lugareños— en ese impás estereotípico del que vive solo y tiende al recogimiento, de sentir en todo su ardor la lava de unas convenciones que no deben envidiar ni en un ápice el poder arrasador de mil volcanes si tronaran magma a la vez, unas convenciones, una forma de entender la vida, el éxito, una forma de señalar al que no sigue la manada que trata de disuadir al que osa buscarse tras esos intrincados y poderosos sargazos, maquinados para que el pagano de turno —como por caso soy yo— baje su cerviz y claudique en esa búsqueda, por otro lado tan necesaria y única razón de cualquier existir.
Solo deciros que borrad de vuestros diccionarios los lipogramas para en su lugar pegar con supergén intenso los heterogramas, que aunque escasos garantizan variedad y dicha.