Alberto Escobar

Te busco

 

Un yo aislado
es un yo
que no razona.

—Jesús Maestro—

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Te busco, sí, a ti.
Busco a un ti
que no conozco,
un ti que no es tu cuerpo,
un ti que no es lo que piensas
—teniendo en cuenta que lo que
pensamos no es nuestro, es mímesis—,
un ti que no se ve con los ojos,
que brota desde una fuente
que anhelamos su hallazgo.
Te busco, lo sabes, pero no veo
la materia que verifica
tu encuentro, todavía no;
no soy capaz de ver sin la ayuda
de una circularidad redonda
con un agujerito en el centro,
con un cristal que refleja 
hacia dentro lo que pasa fuera.
No, no soy apto a ver sin el ojo
—esa visión engaña al decir 
de un Descartes harto de la prédica
en un desierto que da comienzo
a una historia de pensamientos—.
No, esa visión es peligrosa
si no se llega a separar el grano
de la paja, si el nervio enervante
de la esfera ocular no es tamiz
suficiente para el festín sensacional
que hiere de continuo nuestro ver.
Sí, te busco, mas no te identifico,
no sé qué eres exactamente,
y ese no saber es lo que da sentido
a esta búsqueda, lo incierto
es la madre propulsora, es viento
que impulsa nuestra vela, mi vela,
es quien justifica la ley física
que nos cumple en movernos, vivir.
Te busco pero no sé, aunque 
he llegado a la conclusión 
que el sentido está en seguir la senda
sin saber, sino solo confiar
en el Dios que te lleva, él sabe más,
él es la inteligencia 
que convierte una semilla
en un árbol, en una planta,
y será el elán vital —al decir
de Bergson— quien gobierna 
dueño y señor, sin admitir diques,
sin aceptar intentos de convencer
a quien de suyo sabe todo,
sin ser posible una objeción,
un pero, un descarrilarse
del camino que estipula transitar
sin que haya trampilla surcable,
postigo que por arte de magia
se abra sobre el grosor de sus murallas
—lo he comprobado, he osado contravenir
una de sus líneas rojas y la reprimenda
ha sido hecatómbica; tuve que retroceder.
En definitiva, dejándome de peroratas
y de ríos de tinta que desperdiciando estoy
sin que dinero me cueste —ni tiempo porque
en este preciso instante que pongo la letra zeta, 
dispongo de él— dejo este escrito —
no me atrevo a calificarlo literariamente.
P.D.
Tengo la costumbre al parecer bastante arraigada
de hacer metaescrito en la mayoría de ellos —quiero
decir con este palabro referir o contar en algún 
aspecto el proceso escritural que acometo de presente
como manera de elevar a personaje el momento
temporal que sucede al mismo tiempo. Es quizás 
una manera de desgajar el plano ficticio del plano real
para mezclarlos como mazo de cartas en manos
de mago —ese mago es el lector, creo.