Christian Alondra

Día del Juicio

Y que haya afuera,

tal vez,

en nuestra casa

de almendra y heno,

un pastizal en llamas.

Porque mi sueño

es oler a humo.

 

Una conciencia de tierra

tras el nido quebrado.

Huesos envueltos

en plata,

cuajados entre ruinas.

 

Una música

muerta hacía años,

de cítaras marchitas

al ocaso de Dios,

de las certezas.

 

Amantes en forma

de sueños caídos.

Y que tal vez,

en sus voces halle

una oración infértil.

 

Tras las puertas,

amalgamas de acero

y madera astillada,

que todo sea

bombas de frío

contra conservas

de nuestra piel curtida.

 

Navegando

la barca de tela,

que el suspiro sea,

sea preludio

de aquel olvido,

semejante a la muerte.

 

Papiros

con bordes quemados,

arrojados al invierno.

Una sombra

encima de otra,

cantando sin aire

ante el juicio

de los necios.

 

Y que entre,

entonces,

el fuego

y las cenizas,

deslizándose

por los marcos.

 

Exterminio

de tierra profana.

Porcelana,

de tu, mi cuerpo,

revolcada

en el barro.

 

Somos el ave sin gracia

que viva la queman.

El alma enjuiciada

a evaporarse en la hoguera.

 

Y que haya,

sí, tal vez haya,

en nuestro lecho

de hiedra ardiente,

hogar de cáscara seca,

un último aullido

caliente, dulce, humeante.

Uno último

que a condena sabe.