Margarita García Alonso

Bajo el cielo de Auvers-sur-Oise

 

Ahora debo aprender a vagar con mi propio cadáver. Adolf Loos.

 

El verano ha muerto sobre Ravoux,

con una taza de café, bajo manta

espero que monte el alba.

 

No podré seguir ruta a Trípoli

las bombas sacuden, el cielo

solo sirve para fotos

con las que ganan premios

corresponsales de guerra.

 

Nada iguala la sangre

que convierte al trigo

en textura de museo.

Son tantos pigmentos rojos,

alterados sobre cráteres dispersos

semejantes a la luna. 

 

Entre la cabeza y el tallo pie,

lo que fue un vago

suvenir de hombre sin oreja.

 

El perro de la pensión rellena

con excrementos que abultan como

semillas de enredadera.

 

Una a una mea las plantas,

deja rastro en la arcilla

donde viven olivos,

mientras me mira

como si fuese cómplice.

 

El mal bifurca destinación,

ninguna ciudad es segura,

el mal acecha en toda ciudad

el extremo desgasta la roca,

y entreteje el mármol

como si fuese mantilla

que envuelve cabezas.

 

No quedan domingos de sol

si un hombre arrastra el pie,

se reclina para rondar en sombras.

 

La mesera sacude migajas

en la mesa cercana

el mantel flota como bandera blanca

que incita a abandonar

Cruzada, el Oriente ya no existe

lo exótico esconde peligros.

 

Desde hace tiempo he perdido

el gusto por lo innecesario,

mi suerte está en la flecha

que mata por casualidad al ciervo.

 

Regresaré al norte,

repetiré hasta el cansancio:

tengo que barrer,

siempre tengo un plato sucio

alguna ropa por secar

para no llegar a incendio.


El centeno que corta el aire, Margarita García Alonso,  Colección BETANIA de Poesía, 2013.