Alberto Escobar

Su rizo

 

Miro sus ojos cayendo
sobre la blanca página
del cuaderno de matemáticas. 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Siempre era de tarde,
dieciséis años.
Siempre a la hora de la merienda. Su madre extendía sobre la mesa una chinesca
tetera con pastas a lo británico y después se retiraba a sus bordados.
En la extensa y ebúrnea mesa del salón desplegaba el libro de álgebra, las reglas
y los compases —no faltaba de nada—, abríamos la cerrazón de las sillas de caoba
y tomábamos plaza —ella a mi derecha, yo a su izquierda—. Apenas preámbulos,
ella entraba cual una princesa anunciada por megafonía, yo esperando paciente
su llegada, su pelo caracoleando sobre la mejilla izquierda —¡cuánto pensaba en eso!,
su vestido vaporoso, rojizo, sin extravagancias ni insinuaciones, sin maquillaje aunque
fuese una leve pincelada sobre la base de los pómulos, nada, todo frescura.
Saludos cordiales, cómo te ha ido en el instituto, bien gracias, vamos a solucionar
los problemas pendientes del último día, aquí están ya hechos, los corrijo, le pongo
problemas nuevos una vez solucionados, miro los ojos cayendo sobre la virgen página
del cuaderno, miro el tintineo de ese rizo sobre la frente, que cobrizo late y me seduce.
Sobre el paso de los minutos entiendo que ella ya no me necesita, que las lecciones
que le ofrezco es lluvia sobre un suelo mojado, pero yo sí la necesito, ese silencio
que se cierne sobre el salón es un telón que oculta mi drama, un viacrucis de pasión
que revuelve todas mis procesiones, que me traslada al nazareno de la infancia cuyos
caramelos eran los más sabrosos de una Sevilla todavía en ciernes, una juventud que
numantina resiste la romana vorágine de un asedio de resultado incuestionable. 
Hablo con su madre y digno le ofrezco renunciar a mis emolumentos si consiente
que las visitas no cesen, le explico mi deseo de que este vínculo con su hija no quede
en un recuerdo, en una muerte en vida, en un libro que de polvo se bañe
en la decrépita estantería de la tristeza. Su madre acepta, pensativa, pero acepta...