Creyó ser libre el gorrión,
por volar alto y lejos,
llenar sus pupilas de sol
y sus plumillas de viento.
Tocó con el pico el cielo
en el crepuscular arrebol,
voló de puerto en puerto
y del mar se enamoró.
Afligió su cuerpo un dolor,
agudo hasta los huesos;
una flor nació del corazón
y deshojó en pleno vuelo.
Horadó la saeta de acero
la carne del frágil gorrión;
tal fue el disparo certero
del arquero cazador.
Cuánta desdicha, gorrión:
ser diana en el cielo,
que usurpen tu corazón,
que vuele en otro pecho.
—Felicio Flores.