Alberto Escobar

Si tú me hablas...

 

Mírame, habla 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Si tú me hablas te doy mis ojos,
mis oídos, mis manos sobre la mesa,
mi mente quieta, expectante, tuya,
para ti, atenta a tus palabras, pendiente
a lo que envuelve el celofán 
de tu discurso, tu pensamiento brota
hacia mí hasta hacerme cargo de su peso.
Si tú me hablas, si te pones cerca 
y me cuentas tus temores, tus inquietudes,
tus cábalas, yo seré receptáculo, estaré
para ti, con los ojos apuntando los tuyos,
con mi universo de neuronas hacia ti, 
toda una compleja estructura mirando
a la Meca de tus religiones, tu cosmovisión
—sobre la que, si me permites, apuntalar
alguna idea propia, a modo de glosa. 
Si me hablas, sí, prometo regalarte una escalera,
una de esas que peldaño tras peldaño
se pierden en el azul del firmamento, un azul
que pronto se tornará oscuro hasta besar
la faz de la luna de agosto, esa que sale dos veces...
Si me hablas con todo tu cuerpo —
con la comisura de tu sonrisa y con el brillo
de tus ojos revoloteando cual luciérnaga
el óvalo de mi mandíbula— y si un espasmo
se posa sobre tu frenético pómulo de manzana,
recibiré tu sacudida como recibe la tierra
la falla incandescente de un seísmo; beberé
de esa gota de sudor que se te escapa lirio abajo,
me sumiré en el géiser que te nace 
de un desfiladero al sur, secando tus aguas.
Si tú me hablas te doy mis ojos, mi vida.