maurix1942

DESDE MIS RUINAS

 

DESDE MIS RUINAS
(Cuando supe que se había casado y que tenía un hijo)

Ella era arcilla en mis manos, ninguno de sus sentimientos se me escurrió entre los dedos, conocía sus inquietudes, sus anhelos, sus frustraciones; más de una vez aligeré su carga con mis poemas, la sacaba de su realidad inconsolable para llevarla al absurdo y alegre mundo de mi fantasía, como quien saca un conejo de una chistera, quizá por eso me consideraba brujo. La amé, ¡cómo no hacerlo! Viví todos y cada uno de los momento de ese idilio, porque lo nuestro fue un idilio, en el cual descubrimos juntos todo lo que nos unía; el contacto de sus manos me hizo ser menos ciego, la melodía de su voz me hizo ser menos sordo, la lluvia de sus ojos me hizo ser menos cruel; le dio color a mis sueños, aliento a mi esperanza, sal a mi vida; antes de conocerla el amor era una palabra carente de sentido, para mí; vivía perdido entre el bien y el mal, a veces confundía el uno con el otro, lamentable y dolorosamente; sabía que algo faltaba a mi vida, pero ignoraba qué; caí y me levanté muchas veces, cada vez con menos deseos de hacerlo; entonces… llegó ELLA y el panorama de mi vida se trocó paisaje, lo grotesco se tornó delicado, sublime, humano. Ella supo desde el primer momento, a través de su intuición femenina, que la había soñado, que la estaba esperando, que ya la conocía; no tuvimos necesidad de hablar, nos miramos intensamente y fundimos nuestras almas en el crisol de esas miradas; luego sonrió y de qué modo ¡Dios mío! como le sonríen las flores a la primavera, solo que más real.

Tomados de la mano, seguros de nosotros mismos y bajo los auspicios de nuestra juventud: ¡desafiamos al mundo! Qué hermoso y qué insensato fue aquello, sabíamos que nuestro amor nos hacía fuertes, pero desconocíamos nuestras flaquezas, como quien dice: la otra cara de la moneda; nos lanzamos a la realidad con armas ideales que no defendían ni atacaban, fuimos íntegros sin ser inteligentes, nos cegó el optimismo; hoy marchamos por rumbos diferentes, la ciudad de nuestro casto amor yace en ruinas, supe que ya se construyó otra y ha comenzado a poblarla, yo sin embargo sigo habitando estas ruinas y al recorrer las calles, recuerdo nostálgicamente, su bella opulencia de pasados días; soy el fantasma de estos escombros y el papel me sienta de maravilla, de cuando en vez, una que otra ave migratoria, pernocta en mis dominios y quizá por cortesía me pregunta la historia de mi ciudad, -de la que fue nuestra ciudad, un día- yo les narró entonces una historia en la que entre mezclo lo que recuerdo de Ulises y Penélope, Dafne y Cloe, Eloísa y Abelardo, Romeo y Julieta, Zeus y Europa, don Quijote y Dulcinea, de Tarzan y Jane, les cuento estas historias mientras pasa la noche, unas veces de un modo, otras, de otro, pero jamás me he atrevido a contar la verdadera, aquella en que fuimos protagonistas ella y yo; las aves migratorias solo gustan de historias con “happy end”; la mía no es una de esas y quizá al conocerla, traten de disuadirme abandonar estos parajes de desolación y muerte, esto me haría más mal que bien; aquí soy el rey, todas las grietas, de todas las paredes, me conocen; los guijarros me llaman por mi nombre, los árboles sobrevivientes me tratan con respeto y todos me obedecen y me quieren; a veces la recuerdan a ella… hoy les conté que era la reina de otra ciudad y noté que no recibieron con agrado la noticia; están hoscos… tensos… resentidos… y les compadezco porque no pueden, como yo, desahogarse.