Raúl Carreras

Romance de la estrella negra

Era finales de abril,
entre sábado y domingo,
la luna estaba escondida
porque notaba el peligro.

Fue en los bares de Madrid,
no recuerdo en qué garito,
las luces se oscurecieron
y lucieron los cuchillos.

Bebimos más de mil copas
y admito que iba crecido
porque el roce de tu cuerpo
me llevaba al paroxismo.

Fue al tomarte de la mano
y acariciar un anillo
cuando al notar mi sorpresa
me hablaste de tu marido.

No me importó su existencia,
el momento era propicio
de sucumbir al deseo
y saciar nuestro apetito.

Tu labio rozó mi boca,
tu amiga besó a mi amigo,
y sin pensar nada más
comenzaron dos idilios.

De camino hacia tu casa,
enredado entre tus rizos,
el juego se tornó fuego,
la pasión se hizo delirio.

Despojada de la ropa
descubrí bajo tu ombligo
una estrella y el sendero
con rumbo hacia el paraíso.

Pero de repente un timbre,
tú descorriendo el visillo,
dos hombres en el portal,
uno más que enloquecido.

Oscureciste la casa,
tu estrella perdió su brillo,
tu rostro se tornó pálido
suplicándome sigilo.

A las llamadas al timbre
le sucedieron los gritos
y la noche de pasión
fue noche de nerviosismo.

Con la aurora llegó el día
y el transitar de vecinos,
y mezclados entre ellos
el amigo y yo nos fuimos.

De camino hacia mi casa,
con el alma aún en vilo
iba pensado en qué fue
y sin ser pudo haber sido.

Noche de brillos mortales,
sombras de nuestros destinos,
paradojas de esa estrella
fugaz y de fuego efímero.