Fátima Aranda

No soy poesía

Incluso la poesía me ha dado la espalda.

Incluso Ella me ha soltado de la mano en esta hora demasiado triste

en la que sentir la soledad descarnada y muda.

Ni siquiera un corazón lastimado, roto y melancólico como el mío

puede hacer frente a unos versos que se hilan entre suspiros de llanto

y el añil lúgubre y maltrecho de un cielo que, a regañadientes, clarea.

Ni tan sólo me encuentra el ritmo, ni la rima,

ni me acuna el tiempo el alma para describir un dolor

que se derrama en gotas de lluvia por los rayos ceniza de la horquilla de mi pelo

y resbala cadencioso por esta piel que siento ajena, extraña, molesta,

porque ni mis órganos me pertenecen esta noche. No soy mía

ni del viento. Soy del negro duelo que esconde el quebranto donde me escondo

resguardada del mundo angosto, sombrío, despiadado

que implacable va arrancando una a una, hasta que sangran,

las postillas de una herida de dolor perenne y vieja.  

No soy de carne o de hueso. No soy de sal o de arena.

No soy nada más que lamento blanco, recurrente, quedo.

Mi memoria quedó anclada en el bancal hiriente

del instante fugaz de un pasado sempiterno.

Ni la poesía me tiene en esta hora aunque me busque.

Hoy sólo soy azul, lejano, trémulo, frío, desierto.