Elizabeth Maldonado Manzanero

Eutanasia

Es mi voluntad, sí, un poco amarga,
quizás también para otros de acatar.
Es mi muerte intencionada,
mi dulcísima auspiciadora.
¡Eh! Solicito camaradería:
no voy a desistir.
Han sido días exhaustivamente largos,
como sombras que acompañan mis pasos,
sufriendo esta vida ausente
de belleza y de canto.

¿No tengo acaso el derecho?
¿Quién ha de decidir la muerte?
¿Es vida esta muerte,
o muerte esta vida?
¿A quién le debo vivirla?
¿Para qué seguir en el quebranto?

¡Oh Calíope!, musa de controversias,
voz antigua que vibra en mi cabeza.
Ave danzarina,
pósate ya en mi pecho,
inspira mi mano:
guíala al fin como destino claro,
trasládame, luciente, hacia la noche.
¡Cuánto añoro la paz santa
reposando en mi doliente cuerpo!

He de regocijarme al verme partir,
como alma que despierta en vuelo,
en vuelo hacia la morada del Padre.
¿Cuándo será oída mi súplica?
¿Cuándo se cumplirá esta voluntad,
amorosa, ardiente, decidida,
con la mano justa
y la frente al fin en calma?

Todo está listo
para la despedida.

No he de negar que es un duro pensamiento.
La duda me ha mantenido seudoviva.
Hay en mi mente cabida a la acción,
pero aún sigue torpemente dilatada.
Qué quehacer incómodo el del que ciega,
mientras otros alzan juicio.
Pero, al final,
amigos míos,
me veréis desatada.
Al fin he de ser liberada,
y no han de ver mis ojos
la tarde declinar sobre un nuevo día.