D. Méndez

El respeto no dado

Tengo mi mente quisquillosa en ese cuerpo divino,

En ese movimiento de caderas tan calmante como el movimiento de las olas, 

Tan divino como juntar el aroma de la soledad y la felicidad,

La excitación dominante de tenerlo cerca y lejos al mismo tiempo,

Las palabras, las carisias, los besos, 

Todo lo que tengo, todo.

 

Tengo presente el inicio y el casi final,

La perfección dada al hombre y el pecado transferido a la mujer,

Ese es el error de mis pecados,

Llorar después cometerlos,

Y recordar ese movimiento, que me transfiere el valor suficiente para decirte eres mío.

No tengo nada que decir cuando se trata de dolor,

El Vaivén de mis locuras y el sentido de gustativo de tus labios,

La droga favorita de mi corazón adicto.

El provenir de un accidente más allá de lo inhumano,

Eso eres el respeto no dado.