Hiver

Estrellas en la escarcha

Estrellas en la escarcha 

 

 

En polvo de liz han venido

a sembrarse los calares de la escarcha

sobre la frazada dura de la tierra.

En la cocina,

las cebollas se broncean en una esquina

y los ajos tejen sus trenzas,

entre los elásticos comediantes

proyectados por una anciana vela.

Cabecea un pollo al lado de la parrilla

y mientras el humo atiza las guindas de la leña,

he salido al patio del conventillo

a mirar las estrellas atrapadas en la escarcha;

como actrices novatas se han detenido allí sus palpitaciones.

¡Ah campechanas boreales

cementadas en las navajas del frío!

Cerca de ellas…

en esta ceguera de velada sangre,

se abrazan las cercas a sus espinares

y anémicas ánimas tiznan sus trajes

en las ollas colgadas en la pared.

Dios mío,

 dame una pequeña señal

de este pequeño mundo detenido,

de las estrellas que siguen allí,

atrapadas en la estampilla polar

de las nórdicas candilejas australes.

En la huerta…

las ortigas se flagelan entre los juanetes de los zapallos

y como glaseadas lombrices el sarmiento acaricia el nido

de las liebres en el bajo de las yeguas.

Un aroma a cicutas secas exhala desde sus dientes,

una enfardadora que brilla bajo la mirada de Sirio.

Todo se abre como un círculo hambriento

en la azul bóveda del cielo;

pero estas estrellas Señor…

cómo llegaron al suelo estas camelias de lino,

estas cósmicas cicatrices de Urano,

esta vendimia de griales;

flamas fósiles de inmovilidad láctea.

Un pájaro inexistente resbala

entre las negras lágrimas del sauco,

mientras el sereno afila delicadamente

el cuchillón de la luna,

escondida detrás del asustadizo carretón de mi abuelo…

Desde que mis piernas aprendieron

la primera vocal parchada al tobillo del sendero,

no había sentido este frío;

será así acaso la muerte…

¿un congelarse lúgubre de luz?

¿una inmovilidad de cósmica locura?

no sé, no sé…

y mientras las telarañas vuelan zurciendo

en elásticas zancadas,

las ancas de los calzones

de las avergonzadas manzanas de Junio,

la escharcha tendida en su arena ultramarina,

como una cleopátrica ágata,

lentamente se va diluyendo

en su nervadura de luz y filamento.

 

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