Alberto Escobar

Tejo y destejo

 

Así les dije y su ánimo generoso se dejó persuadir. 
Desde aquel instante pasábame el día labrando la
gran tela, y por la noche, tan luego como me alumbraba
con las antorchas, deshacía lo tejido.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Tejiendo y destejiendo, 
así paso el día.
Comiendo y descomiendo,
mintiendo y desmintiendo
cada palabra, cada gesto.
Así paso la noche,
viendo y desviendo
la bazofia que se mueve
sobre una superficie pixelada,
asomando y desasomando
el cuerpo por la ventana,
que en ocasiones me pide
un suicidio colectivo,
un desplomarse contra los andamios
que pueblan las calles ya a principios
de este verano, que se espera lluvioso
y tenebroso y aún caluroso como terma
de Caracalla.
Así paso la tarde, recordando la mañana,
dejándome nutrir por capitulaciones
que el ciclo circadiano me aconseja;
me agarro a un libro, a dos o tres
—de los que leo solo fragmentos, como
ya apunté en pasadas ediciones.
El paso que más me lastima 
es el del nacimiento de lo vespertino,
cuando la tarde pierde su calidez
amarilla y se agosta como naranja
a la intemperie, como sonrisa sin espejo. 
Tejiendo y destejiendo, enhebrando libertades,
entaponando ceras y oídos sordos, un Ulises
perdido y desbrozado de ilusiones, garbanzo
remojado y a punto de cazuela.