Julio Hernández

Pasión en el cine

Mientras la película se proyectaba

nos besábamos intensamente

cuales novios que aprovechan la penumbra,

y nuestras manos buscaban  

nuestros cuerpos, 

y era tanto el acercamiento

que se exageraron nuestros movimientos,

delatando nuestro nivel de intensidad,

porque las tres parejas que había en la sala

ya su atención centraban sobre nosotros.

De repente los miramos de reojo,

mientras con movimientos rápidos y discretos,

mi ropa medio desabotonamos,

y tu falda subiste lo necesario,

entonces nos acomodábamos

en una sola butaca

como tratando de simular que

estabas sentada en mí 

y que jugueteábamos;

pero nuestras partes desnudas

ya se buscaban,

sentí como si rompiera algo en ti

y ya estabas ahí. 

En eso vimos cómo una pareja se retiraba,

y eso nos animó más,

empezamos con leves movimientos

cual herramienta neumática

empieza poco a poco a trabajar.

Vimos como la segunda pareja 

descendía por las escaleras,

Pasaron, nos miraron y se fueron sin más.

Mientras ya el aire caliente que había

entre la fruta de tu cuerpo y mis muslos

empezaba a amortiguar.

Te miraba la cara y a momentos contraías

la frente y los ojos medio cerrabas 

en un éxtasis inusual,

de repente volteabas y entrelazabas 

tus ojos con mi mirada,

mientras suspirabas como dándome a entender 

que de esa forma estábamos sintiéndonos bien.

En eso la tercera pareja bajó 

rápidamente por las escaleras,

clavando su mirada en nosotros

con gestos de desaprobación,

y eso a nosotros solo nos sirvió para darnos

  cuenta

que la sala ya era toda nuestra;

y nuestra intensidad estalló,

porque ahora te suspendiste de frente a mí

y me pedias que te tomara de la cintura

y que mis manos encimadas por las tuyas

se fueran con tus movimientos.

A veces volteabas y veías la película

como si los papeles se hubieran invertido

y nosotros fuéramos los actores,

deleitando a aquellas escenas 

que desde un mundo virtual

se convencían que este mundo 

era mejor que el de ellos,

y eso nos excitó más

y te asiste de mi cuello

y no pudiste más,

cuando gemiste y dijiste:

Ay, cuánto te quiero,

que como un eco en toda la sala resonó

y el agua de la vida se derramó dentro del ti,

y fue cuando con más violencia te así.

Después nos quedamos así por unos momentos 

disfrutando la calma después de la tempestad.

Y en esos momentos la gorra del vigilante 

  se asomó

por entre el pasillo. 

Así nos vio encimados, medio desnudos,

pero a destiempo había llegado,

movió la cabeza como negando, 

no podía creer lo que estaba mirando.

En eso ella volteó y juntos lo miramos,

entonces ella me vio, nos miramos 

y una sonrisa de complicidad soltamos.

El vigilante se dio la media vuelta y se fue,

como no pudiendo creer

lo que sus ojos acababan de ver.