Alberto Escobar

Ventana y luz

 


San Francisco ya sostuvo que Dios habitaba
el alma de los animales, y por ende del resto
de los seres vivientes.
Baruc Spinoza no fue el primer panteísta
de la historia. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Tu luz no fue suficiente. 
Tu luz sajaba a diario
los resquicios lenticulares
de mi ventana, de tu ventana.
Desde muy temprano subías a una nube
con quien hablabas, luego entrabas por entre los poros
del cristal y me traías la buena nueva de que el día
iba a ser radiante, porque la nube te lo había dicho...
Tu luz es la misma que Santo Tomás dibujó
en la suma completa de su clausura, una luz
que fue pintada desde la gracia de Fray Angélico. 
Si me preguntas no sé pero si no me preguntas
lo sé, tu luminosidad servía de cargador al móvil,
de fuego a la vitrocerámica y de frío 
al frigorífico —que hace días tirita de ausencia
alimentaria; tu lumen fue cisco a la mesa camilla
de nuestra estancia, entre basílicas y altamiras. 
Tu luz fue Dios llenando de sustancia 
lo que sustancia al Universo, un universo 
que ya es plural, que tiene compañía en la profundidad
de los confines y las constelaciones, como yo en el fondo
de esta sábana que todavía amarillea tu aura y tu aroma. 
Déjame tu luz si te vas, tienes mucha y de sobra
para alumbrar cuantas habitaciones desees inventar,
cuantos fuegos y hogares hartos de leña quieran quemarse
bajo tus fotones, siempre manantes y eternos cual agua
que cae desde tan alto que carece de nacimiento, ni fin. 
Tu luz ya no es tuya, me la diste porque me la pusiste
en mis pinceles, y lo que se da no se quita; ya es mía según
mis leyes y mis leyes no mienten porque están escritas
con la tinta de un calamar que puso pies en polvorosa. 
Tu luz no fue suficiente
para colmar
el espacio vacío de tu recuerdo, de tus fotos...