Alza tus sueños desde la altura,
cuélgalos al espíritu del viento,
clávalos en el pecho de las piedras,
bébelos en la garganta de la lluvia.
Alza tus ojos de aurora sincera,
alínealos con la sangre del horizonte,
que tu sino, oscuro y silencioso,
arda en Orión cuando amanezca.
Pon la rodilla en la piedra del tiempo,
y brúnela, bien, con tu mano callada;
que tus dedos, desnudos de memoria,
fundan la grieta el terrón y la montaña.
Sube a vivir tu eterno nacimiento,
marca la tierra, la línea encendida,
como el mono que escribe en la pampa
la historia borrada por los siglos.
Dame tu mano, el agua dormida
bajo el vientre azul de los Andes;
muéstrame el remanso donde se apaga
la sed abierta de mi alma herida.
Abre el surco a la semilla eterna,
acúnala, cual madre del pistilo,
enciende la lámpara del que regresa,
el que viene impregnado de tu greda.