Tu novia eterna

EL PULPO QUE SE ENAMORO DE UNA MARIPOSA (Capítulo dos)

ATARDECER

 

No recuerdo en que momento estuve realmente consiente, recuerdo ir y venir cuando mis ojos se entrecerraban y los miedos nocturnos aparecían, pero él estaba ahí y yo me encontraba recostada en su pecho, tanta fue la impresión que no me percate que él miraba mis tentáculos con miedo. Me dejo sobre la mesa en una pecera muy pequeña que hacía que solo mis ojos resaltaran de mi cuerpo; luego de mirar a lo que meses más tarde llamaría “hogar”, vi que se habia cortado, su pierna se mantenía sangrando y por ello, trajo una venda. Mi mente repasaba lo sucedido, cuando me metió a su bolsa para huir conmigo alejándome del señor del barco, lo escuche pedalear y, a través de un pequeño agujero que me permitía respirar podía ver pequeños y deliciosos paisajes, los cuales, jamás me cansaría de verlos y mucho menos si fuese a su lado. Era la tarde más esplendida de mi nueva vida en este cuerpo, el atardecer con sus tonos morados, rosas y naranjas; el clima frio, casi helado, pero eso no era impedimento para que mi mente lo guardara de manera automática.

Cuando pensamos en la reencarnación, la existencia de vida después de la muerte no te imaginas encontrarte en el cuerpo de un pulpo y ser cazada por hombres, aunque cuando era humana la situación no era muy diferente, vivir con miedo era una realidad. El entorno empezaba a oscurecerse y los rayos del sol tocaban el agua cristalina de mi pecera provocando en mi cuerpo un leve cosquilleo, no pensé, no pensaba en nada, solo apreciaba el momento al mirarlo ahí, tan solitario con sus pensamientos, tenerlo nuevamente junto a mí, sentía que me derretía por él como en los viejos tiempos, dos colegiales que se gustaban, así lo conocí.

Estada perdida en la nube imaginaria de todos los recuerdos e ilusiones que tenía, entretanto, él se preparaba un café, su típico café de filtro o de goteo que convertía la habitación en un hogar seguro, me daba mucha gracia su manera mecanizada de hacer las cosas, era como si en su mente repasara los pasos para lograr el café perfecto. Él era mío, como alguna vez hace tanto tiempo le dije, te quiero hoy y ahora, diciéndolo tantas veces, no como una promesa, algo más fuerte casi una plegaria. Y todo se derrumbó, él estaba dormido habia estado tanto tiempo mirándolo que no mire más allá de mí, no mire las fotografías, no tome en cuenta que él me habia olvidado y era feliz.