marta CARMEEN

HERMANDAD

HERMANDAD
Soy Juan, todos los días salgo a pasear con mi hermano
Antonio. Hoy la mañana aunque soleada huele a celda
abandonada. Ambos somos, altos, delgados y elegantes.
Caminamos por la calle con pasos cansados, como se
arrastran los caracoles setentones en el asfalto.
Vivimos en la misma cuadra, me mudé puerta por medio de
su departamento, un tiempo después de su casamiento con
Teresita, hace casi cuarenta años.
Mamá Angélica, nos parió y ahora estará girando en los
círculos del infierno. En ese laberinto, seguramente como
toda madre, hará alarde. Dirá a las otras almas cuan
maravillosos éramos sus hijos, resaltará nuestra inteligencia
y la homogeneidad de gustos y placeres. Algunas
noches escucho sus pasos, creo lleva puesto un traje
blanco de novia en cuya cola arrastra los secretos a su
tumba.
Con Antonio hemos compartido paellas dominguera, las
risas y travesuras de los niños, vacaciones y el mismo
paladar por las mujeres.
Cuando regresamos de nuestras caminatas, lo hacemos con
pasos desganados, exageradamente lentos, demorando la
llegada, remolcamos,  no solo los pies, también el alma. La
muerte de Teresita, ocurrida hace cuatro meses, quebró
el puente por el cual ya no podemos transitar.
Mis pasos son algo más ligeros que los de mi hermano.
Evito de esa manera ver la tristeza de sus ojos. Al llegar
se detiene largo rato en la puerta del departamento, No
desea cruzar el umbral, ahí dentro está su ayer, el almacén
de mil recuerdos y el silencio de la soledad.
Yo busco sin prisa las llaves. Con el crujir de la puerta
entro sin lamentos, el espejo refleja mi esencia cargada
de tristeza, el dolor convirtió a mi lánguido cuerpo en
canto rodado, que cada noche golpea estrepitosamente las
paredes, con la esperanza que Teresita se desvele...