Yording Rayo

Madrugada.

 

 

Yo la tuve estremecida en mis brazos

y humectante,

bajo el obscuro manto de la crisálida noche,

yo la tuve,

era Urano nuestro rey, y era Eros nuestro antojo.

Estremecida y humectante,

su piel desnuda y clara fue para mis manos

un valle de colinas y lago,

y fui forastero esa noche. Sus senos, sus dos ceñidos senos

me abrigaron,

enjuagaron mi llanto y pena, y ofreció sus cabellos

y su más sagrada perla.

Desnuda ante mí, ante Dios, ante la noche,

yo la tuve,

y la supe querer, como ningún otro,

y mordió mis labios para no gritar,

y besé su lánguido cuello y en un gemido nos entregamos 

¡desnudos!

desde la tierra, tocando con manos impías 

el puro cielo.