oscar perdomo marin

APOCALIPSIS

Oscar Perdomo Marín

 

APOCALIPSIS

 

Los pájaros se marcharon del jardín,

dispersados por la peste que vino con el demonio

en una mochila grande cuando entró de madrugada en el cuarto

y depositó sus excrementos que trajo de Bagdad.

 

Yo no lo vi. Me lo dijo mi respiración agitada.

Creo que fue una pesadilla de muchos angelitos

con las alas cortadas.

 

Los ángeles dijeron que los tanques entraron de repente

y acabaron con la mezquita y barrieron los recuerdos de Nínive

y Babilonia que estaban en el museo,

como si las piedras sagradas de Bagdad

hubieran sido las torres gemelas de Nueva York.

 

Pero yo no quise escuchar los angélicos testimonios.

Me bastó con mi olfato;

El sentirme arropado por la carga pestilente

de todos los niños y mujeres

y vacas y perros y sonrisas y poemas

y canciones de amor

que reposaban en la fosa común.

 

Desperté aterrado y después supe

que las ratas invadieron a Lima,

Huancavelica, Cusco, El Callao

y otros pueblos del Perú.

 

Alguien insinuó que eso se debía

al recalentamiento de la tierra,

al cambio climático

que anuncia el parto de una nueva especie

de hombres roedores

para disputarse los albañales.

 

El terror me abatió.

 

Quise orar en la sinagoga,

en un templo sintoísta de Kyoto;

en la más apartada ermita

de los bosques de Armenia;

rogarle al sol de los mayas,

reunir al panteón de los dioses de Atenas

para que la barbarie terminara.

 

No pude rezar.

 

El miedo a las oscuras criaturas de la peste me invadió.

Anunciaron que las ratas

en su invasión triunfal, pregonaban

el matrimonio inevitable con la castrada raza de los hombres

cuando sobre la superficie del Planeta

las flores se nieguen a nacer.

 

Pero algo dentro de mi gritó: “busca la sensatez

que aún es tiempo de brindar por la vida”

 

Entonces me incorporé y eché a andar.

 

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