Raiza N. Jiménez E.

Del Día a la Noche.-

 

Se abren ávidos mis ojos, para ver el día naciente.

Elevo mi lívida y encantada mirada frente al Sol.

Amanece y, en sigilo, se oculta la luna creciente.

Y van abriendo los amarillos pétalos del girasol.

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Delirios de Dios atavían a los árboles frutales . 

Se abren ávidas pupilas para ver nacer otro día.

Son lindos de teñidos tonos esos ciclos otoñales.

De ellos, despertamos blandiendo sana alegría.

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Todo el cielo  infinito es ofrenda de halos azules;

y níveas, nubes se mueven al son de los vientos.          

En lapsos figuras juegan hacen un fisgoneo de tules.

Corren a lanzar acertijos con distintos sentimientos.

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Sosegada se hace la estancia frente a la dilecta entrada

y los tibios rayos del sol que nos regala el dueño eterno. 

El Sol nos cita a la faena y el brío y la fuerza es reclamada.

Preciosa la alborada, pronto nos trae consigo al invierno.

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Hoy, voy a plantarme de nuevo en un momento estelar.

He de completar la rutina que la vida nos trae a diario.

Veré los mares y los vientos alejarse del diario trajinar. 

Y al ocaso del día y, en ofrenda a Dios, rezaré mi rosario.

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¡Ciclos de exilios y goces son los nuestro que disputan

el bullicio, en tiempos de caricias tibias y fecundantes.

Y en las danzas, las delgadas siluetas mucho disfrutan;

juguetonas se van convirtiendo en excelsas danzantes!