Humberto Velasquez

El Teatro de lo Ingenuo

Un teatro donde solo se expone lo perfecto con frases delicadas y rebuscadas dándonos una absoluta y perfecta vanidad.

Así empieza un amor despejado del delito y del abismo, de lo que interrumpe y nos absorbe.

Siendo “YO” el protagonista de esta novela cómica y patética cuyo reparto era mi estupidez y la ceguedad en la que me encontraba. Así empieza dentro de unos minutos la explicita vida contemporánea de lo inexperto.

 

Comenzó con el desborde de colores en los ojos y rápidamente de manera plena sin sentir sed ni hambre vivía lo que yo llamo el chispazo de un amor.

Un amor a quien quise dar todo mi ser, mi confianza puesto que ella lo tiene todo para dejarse enamorar tan sencillamente que los meritos van de la mano de su ternura.

Era la mujer a la que yo amaba, y llamaba luciérnaga por ser fugaz con su luz, era el otoño que en decadencia se deshojaba.

 

Era un sueño superficial cuya fuerza yacía sin cimientos, sin fundamentos y de manera famélica el beso inexperto quedo bordado en un espejo que veía sin darle fin a la mirada.

Juntos compartiremos una goma de mascar, nos daremos las espaldas y voltearemos sin cesar decía habitualmente pensando que era el amor absoluto, recato, genuino dibujando en mi lienzo en blanco lo que yo quería ver.

 

Y como todo final tan inesperado, sin saber que era ya el final de la historia.

Así termino... como un paquete sin saber su remitente.

Así termino… sin que las palabras le pongan fin, simplemente término.

Y con ese final pensé que la vida me tomo en segundo plano viéndome con indiferencia apartándome de ella.

 

Como todo escritor me apetece algo…

 

Me apetece una bofetada incesante,

Que pellizquen a mi fantasía,

Que otorgue el juez condena perpetua a mi ingenuidad,

Me apetece que callen con silencio mis escritos,

Que hurten con indulgencia mis lágrimas,

Me apetece un platillo de carcoma que coma a mi corazón.