Alberto Escobar

Del mito al logos

 

Fue un sueño desde mi celda.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fue para mí un Mito.
Me hablaron de él como nebulosa
que se hiere de luz. Ectoplasma cardíaco.
Era como un referente místico, la hiena
que persigue hasta la parca al terne cervatillo.
Me fui desviando poco a poco,
como un rayo que zambulle su agua, hasta
penetrar el pastoso cemento de su logos.
Me repletaron de historias que referían
golpetazos de marejada, mástiles plegantes
ante el arrastre de un trino que se pronuncia
desde los fondos; cuerpos ictioformes
de renombrada sensualidad, mano en ristre,
dibujaban en el lluvioso aire un gesto,
un ademán hacía sí mismo invitando al abismo.
Me contaron bajo la penumbra de una melodiosa
voz la resistencia, las maromas que serpientes
de Asclepio ceñían el palo ensebado de mar.
Me cantaron que Sol apareció de su sueño,
imponiendo en su hijo Febo su tiranía cegadora;
y hasta refirieron que esos cuerpos esculturales
—fracasados de amor hasta los tuétanos—
se precipitaron al vinoso ponto hasta la disolución
de su memorias.
Sí, un mito fue él para mí, su astucia, su sapiencia.
Aprendí a enamorarme hasta hacerme con él uno.
Ahora, residiendo en descanso en esta mi Ítaca,
recuerdo con una sonrisa leve y certera los numerosos
y numinosos episodios que de estrellas constelaron
mi singladura, y los amores sin término que dejé
en cada puerto y que desesperan mi vuelta.
Aquí sigo yagando, viendo la bravura del mar
desde mi celda.