Cadme

Un mundo solo para dos

Él nunca supo enamorarse,

cuando lo hizo fue un desastre,

ella pasaba sus días buscando querer

a quien ya había jurado amar

ante un altar y un juez,

el pasaba sus días muy breves

entre paredes y papeles,

enamorado del cielo y sus mieles.

 

Ella, buscadora de un propósito

caminante de un sendero melancólico,

ambos…esperando a que el dios tiempo

los deje vivir su sueño platónico,

y de tumbo en tumbo cual pasos de un alcohólico  

sus senderos cruzan, una avenida

el la miraba, ella suspira

resistió la mirada, se dio por vencida.

 

Se conocieron con aquel vocablo mudo,

que usan los enamorados,

se recorrieron y entregaron el mundo,

el se acercó y beso su mano

ella supo enseguida que se había enamorado,

y en medio de las galaxias,

estaba su constelación de poco brillo,

que bailaba al compás

del canto de algún grillo.

 

Así jugaban a amarse

en las sombras, tras las farolas y escondidos,

hasta donde el amor

pudiese ir a buscarlos y fuera permitido,

ella no buscaba completarse,

buscaba completarlo a él,

el no miraba más la luna ni el cielo,

buscaba sus manos y entregarle su tiempo.

 

Y se amaron como no debían,

con el corazón y la razón perdida,

ambos lamieron sus heridas

abrazaron sus almas cansadas,

desnudaron sus cordilleras, llenas de cascadas,

y dejaron correr un río de agua fresca,

por su boca, sus montañas

y cuanto pasadizo tuviesen sus parajes.

 

Desnudos más allá de sus cuerpos,

desnudos… desde el alma,

mostrándose sin miedo, sin esconder nada,

se rehicieron como dos figuras de cera,

y sus cuerpos cual Pangea

encajaban perfectamente uno con otro.

 

Ella vivía esperándolo a el

y en la desesperación de volverle a ver,

en una carta de confesó aquel

amor tan desbordado y ardiente cual fragua,

aceleraba su corazón en medio de la calma,

le confesó del miedo que sentía

seguir amando a quien no correspondía,

y…

como últimas palabras en su despedida

le confesó que el nunca había conocido

un cuerpo, un sexo, un alma tan lúcida

en toda su vida,

que finalmente había entendido

que las cosas más sublimes

solo llegaban una vez y luego se iban.

 

Fueron las últimas cenizas de su adiós,

una carta partida en mil

y recuerdos de ayer en un mundo para dos.