Black Lyon

¡Adiós, papá!

--- Jamás responderás ese mensaje que tímidamente esgrimía el contacto directo contigo pensando que estarías conmigo siempre. ---

¿En qué momento envejeciste tan pronto? Siempre te ví fuerte y reacio a la muerte; saludable y con ganas de vivir.

 

De ti aprendí a trabajar y a valorar las cosas que obtienes con el esfuerzo. Eras duro de corazón hasta que Dios te lo hablandó con un infarto. Después de eso, los dos abrimos nuestros corazones para empezar a ser Padre e Hijo. 

Fui creciendo y cada vez de juzgué menos hasta borrar todo rastro de odio, rencor y reproche. En cambio, todo aquello empezó a evolucionar en gratitud, amor y admiración.

De joven, desdeñé tu apellido solo por el hecho de creerte malo por todo lo que contaba mi Madre más mi Madre es una mujer lastimada por tu desamor como pareja cosa que en realidad a mí no me importa mucho y no por que no me importe mi Madre sino por que ustedes dos no eran nada, pero tú de mí, eras mi Padre. Aunque ella estos últimos años se encargara de encender la sangre y hacerme arder la carne como en Toro de Faralis, mi visión de ti no cambió más que para bien.

Lo único bueno, Papá, es que alcancé a remendar las cosas contigo, bendito y alabado sea Dios y alcancé a decirte lo mucho que te amo, alcancé a abrazarte fuertemente y a recibir ese cariño que de niño tanto quise, ese amor que aún siendo adulto, disfruté como infante en tus brazos paternales.

Ruedan mis lágrimas al recordarte y mis sentimientos afloran pero tengo que contenerlos por que me dejaste como pilar de un hogar que ya no es hogar y que cada uno de ellos es un alma enferma. ¡Papá! Oré por ti todos estos días con la esperanza de que no te condenaras y que Dios en su misericordia no fuera tan fuerte en su justicia.

Tu cuerpo yace en el gélido cuarto intermedio más tu alma ya tiene el calor eterno de nuestro Creador, el manto santísimo de nuestra Madre de Guadalupe y la compañía de mi abuelita, tesoro tuyo por el cual te vi morir un poco cuando la enterraste. Tú querías irte con ella cuando partió y tu alma crujía más yo en silencio por ti moría y tu tristeza fue suplicio de mi alma, sevicia circunstancial que no podía arrancar cual costra sin lastimarme.

¡Pérdoname, Papá! Cuando en mis arranques juveniles pensé saberlo todo e incluso en mi ignorancia y enajenación te reté a luchar. ¡Pérdoname por lastimarte con mis palabras, acciones y malas decisiones! Lo bueno de todo esto, mi hermoso Papá, es que aprendimos a amarnos el uno al otro, a contarnos las cosas como son y a aconsejarnos. Aunque si fallé en visitarte más y por más que le grite a esta hoja con sangre y lágrimas que de verdad había tomado la decisión de verte más seguido, nunca, en lo que resta de mi vida, volveré a verte de nuevo.

Me enseñaste a luchar, me regañabas cuando renunciaba y dejaba que el mundo me pisoteara. 
Me enseñaste a discernir entre una buena mujer y una niña caprichosa.
Me enseñaste a amar a mis hermanos y fomentaste la unión familiar.
Me enseñaste que debía seguir estudiando y que entre más estudiara serían mejor las cosas.

Pero lo que más me has dejado clavado en mi alma y que ni la muerte podrá borrar es que me enseñaste a desaprender y valorar la vida. A moverme aún con el pecho abierto. ¿Crees realmente que yo pueda hacer eso? Te tocó ver el cambio que tuve en mi persona hasta el punto de volver a confiar en mí. 


Y yo te enseñé, papá, a que llorar no te hace menos hombre y a decirle a tus hijos: \"Te amo mucho\". Me costó enseñarte pero lo hice con mucho amor y por amor aprendiste. ¡Gracias, Papá! por ser mi Papá. No te lo dije, pero bien lo sabías, que nunca más iba a volver a negarte.



En unos cuantos años más, espero reunirme con todos ustedes. Por lo pronto te digo, adiós, Papá.